miércoles, 27 de marzo de 2013

Los fieles del Nazareno


Crónica escrita en Abril de 2011

Con una Caracas desolada por la partida de sus habitantes hacia costas y montañas venezolanas, bajo un cielo completamente encapotado y apuntico de estallar el aguacero, tomé un paraguas, calcé mis converse y con cámara y libreta en mano me dirigí hacia el centro de la ciudad, lugar de concentración de los devotos en esta semana santa de abril.
La lluvia no fue suficiente para apaciguar la fe de los católicos caraqueños que acudieron en masa el jueves santo a venerar la imagen del Nazareno de San Pablo en la Basílica de Santa Teresa.
Allí, en pleno corazón de Caracas donde a diario batallan mototaxistas, buhoneros, pregoneros y policías, este jueves santo cedieron unos metros de su espacio para que los feligreses, vestidos con túnicas moradas, con palmas benditas en sus manos y peticiones en sus corazones acudieran a la casa del señor para rendirle tributo en su semana.
Esta construcción declarada monumento histórico nacional en 1959 carga a cuestas años de tradición eclesiástica (casi 300). La más emblemática para los caraqueños se remonta al año de 1597, cuando la llamada peste del vómito negro asoló la ciudad. Durante esa semana santa, en la procesión del Nazareno de San Pablo, se cuenta que su corona de espinas se quedó enganchada en un limonero e hizo caer sus frutos con los que los feligreses hicieron jugo y los que tomaron del ácido zumo fueron curados de la mortal peste rápidamente. Desde que se edificó la basílica en 1881 se mantiene la tradición de sacar en procesión al Nazareno.
La iglesia, ubicada entre las esquinas La Palma y Santa Teresa, alberga a miles de fieles que todos los años acuden a recibir la gracia del señor. Durante este año se espera que 2 millones de personas la visiten.
Para ingresar al templo en esta semana de abril, no hace falta sólo fe, también hay que ir armados de mucha paciencia, zapatos cómodos, un paraguas y algo de dinero por si acaso a uno se le antoja un suvenir de esos que ofrecen alegremente los vendedores ambulantes.
Entonando el cántico “la palma a 5 mil, lleve su  palma bendita a 5 mil, el sahumerio (mezcla de mirra, incienso y carbón) a 10 y la estampita del nazareno para bendecir a la familia 2”, el vendedor de turno hace su agosto. En los minutos (nada despreciables) que pasé antes de ingresar a la Basílica de Santa Teresa me sentí tentada a dejar lo poco que queda de la quincena en las manos de los comerciantes informales que ofrecen todos los productos necesarios para completar los rituales de la semana mayor.
Nada más cercano a esa imagen ancestral que nos relata la Biblia cuando Jesús acudió al templo de Jerusalén aventando mesas y puestos de mercaderes y expulsó a los comerciantes por profanar la casa del señor.El hijo de María y José, presente en carne y hueso en el lugar, hubiera hecho exactamente lo mismo que hace dos mil años.

Como también hay tiempo para el descanso, la reflexión y la distracción para aquellos que permanecimos en la capital durante el asueto, los buhoneros de películas se ajustaron a la ocasión. En vez de ofrecer las típicas Rápido y Furioso, Eclipse, y las últimas de cartelera, los vendedores cambiaron su mercancía por cintas más temáticas. Ben Hur, Los Diez Mandamientos, Esther, La Pasión de Cristo, Quo Vadis y Marcelino Pan y Vino eran sólo algunos de los títulos que ocupaban la mesa plegable ubicada en la parte baja de las Torres del Silencio, acompañadas del letrero “Películas de Jesús a 5 mil”.
Al observar la lluvia que arreciaba mientras recorría los empantanados  pasillos de la planta baja del Centro Simón Bolívar, comenzaron a aparecer los puestos con rosarios, imágenes de santos, las matas de sábila amarradas con una cinta morada y acompañadas con un frasquito de agua bendita y las voces cada vez más altas ofreciendo los mejores precios para cada uno de estos “santos artículos”. Un vendedor cansado y decepcionado por la lluvia, decidió rematar su mercancía y partir a casa, donde me aseguró que le esperaban unas frías y un sancocho de gallina. “Nos vamos, nos vamos, si me compran un santo grande del Nazareno, se llevan otro pequeño gratis, vamos, compren que estoy recogiendo”. Los estropajos y la canela también eran parte de los suvenires.
Muchos de los buhoneros no son trabajadores regulares de la economía informal. Algunos de ellos son refugiados que se alojan en el piso 2 del Ministerio de Salud mientras el gobierno los reubica en viviendas dignas, tal como se les ofreció hace 4 meses atrás cuando las lluvias afectaron a buena parte del país. Yeismar me contó que colocaron el puesto de sahumerio y esencias sólo por estos días de semana santa. Mientras rellenaba bolsitas plásticas con  arenillas olorosas comentó que había sido fructífera la venta a pesar de la lluvia “Ya sabes, a veces tienes que tener paciencia, pero en general nos ha ido bien, la policía no se ha metido con nosotros porque tenemos permiso”. Después del sábado de gloria volverían a su refugio a esperar por la ansiada vivienda mientras ideaba otras maneras temporales de ganarse el pan.
La cola avanzaba y el panorama se iba transformando. Bomberos y policías custodiaban el ingreso a la basílica, mientras las ancianas apretaban con más fuerza la palma junto a su pecho al tiempo que se le iluminaban los ojos con la inminente visita al Nazareno de San Pablo.

Historias de fe
Para Mayra, éste es el primer año que acude a la Basílica de Santa Teresa vistiendo el traje del Nazareno. Junto a sus dos hermanos llegó a la iglesia para agradecer a Cristo por la salvación de su hermana, Laura. Hace un año, Laura sufrió un accidente automovilístico y los médicos que la trataban habían descartado toda esperanza de curación. Mayra puso su fe y la salud de Laura en las manos del Nazareno que este jueves santo visita. Semanas más tarde, Laura experimentó una repentina recuperación que le permitió vestir de morado junto a sus hermanos y participar en la tradición.
Para Freddy y Flor, una pareja de esposos de aproximadamente 60 años de edad, esta tradición data de “toda la vida”. Según recuerdan, acuden a visitar al Nazareno desde que sus hijos estaban muy pequeños (ahora tienen 40 años). Su devoción no se debe a ningún milagro particular, sólo en señal de infinito agradecimiento por todo lo que les han concedido el Nazareno durante sus vidas; salud, empleo, familia, “siempre me ha ido bien, todo me ha salido como he querido”. Aunque Freddy reconoce que en esta oportunidad pedirá por una neuralgia que le afecta desde hace un año. Comentó que hace algunos años un día antes del miércoles santo perdió su bata morada con la que hacía la peregrinación y se preocupó porque no tendría atuendo para visitar al Nazareno. (Obviamente no había puesto atención a los más de 30 puestos que ofrecen las túnicas desde 30 Bolívares Fuertes para los más pequeños hasta 60 Bolívares en talla única de adulto). “De repente, cuando fui al lavandero, allí estaba una bata morada guindada. Mi esposa y yo no sabíamos de su procedencia”. Al llamar a sus hijos constató que la prenda pertenecía a su hija menor, quien la dejó allí por casualidad porque era una bata de hospital que ya no usaría. Para Freddy la presencia de Dios tiene distintas maneras de manifestarse.
Una joven, de 32 años, María Clara, comentó que realizaba esta peregrinación desde hacía 4 años, en el momento en el que le encomendó a su hija, al momento de dar a luz al Nazareno. Los médicos le habían advertido que sería una situación delicada, pues su niña nacería un mes antes de lo previsto. Después de rezar mucho y encomendarse al señor, todo salió bien en el alumbramiento de Camila y desde la fecha comenta que cumple con su promesa.
                Sin duda alguna el caso que más llamó mi atención fue de una señora que ingresó arrodillada al templo. Desde Petare Gloria se movilizó en metro para visitar al Nazareno de San Pablo. Flexionó sus rodillas y casi a rastras entró a la iglesia para ver de cerca la imagen de Cristo cargando la Cruz. Aquella figura tallada en madera, vistiendo una túnica morada bordada con hilos de oro y adornada con más de cinco mil orquídeas es la responsable de que su hijo esté con vida.
Esta madre de 62 años pidió por la salud de su hijo Ernesto, quien hace 2 meses había sufrido un Accidente Cardiovascular (ACV) y cuyo estado era de suma gravedad. Le prometió al Nazareno llegar de rodillas en semana santa si le curaba a su hijo. Y así fue. Ernesto goza de buena salud y Gloria seguirá cumpliendo con su promesa para agradecer el milagro.
Aunque sea por una semana, los venezolanos somos todos lo mismo en cuanto a tradiciones se refiere. Policías conversaban en sana paz con los buhoneros; transeúntes, vehículos y mototaxistas parecían convivir en los mismos metros de la calle y la señora de Catia le enseñaba sus estampitas y oraciones  a la que tiene la quinta en Prados del Este mientras conversaban en la cola. En fin, en medio de todo aquel bullicio y algarabía siempre hay tiempo para agradecer y reflexionar.

jueves, 7 de marzo de 2013

Un día en el funeral del Presidente


Crónica completamente subjetiva de lo que fue mi recorrido por los alrededores de la Academia Militar. La impresión pudo más que mi predisposición.

La cinta tricolor para el brazo Bs.10, el litro de agua a Bs. 20, la foto pequeña Bs. 10, el helado de palito también, el vasito plástico con pepitona, picante y limón Bs. 25, la fe: imposible de calcular.
Cualquier analogía con procesiones religiosas se queda corta. Miles de chavistas se aglomeraron en las cercanías de la Academia Militar desde muy temprano, incluso desde el día anterior, para despedir al Presidente Hugo Chávez. El color predominante: el mismo que acompañó a Chávez y sus seguidores durante los 14 años que duró su mandato. No hubo luto, tampoco caras de tristeza.
A dos días del fallecimiento, el jueves 07 de marzo de 2013 para horas del mediodía ya eran 2 millones de venezolanos los que habían acudido a despedirse del mandatario más polémico de los últimos tiempos; idolatrado por muchos y odiado por otros tantos, sin espacios para las medias tintas.

Sol, mucho sol, camaradería, fotos, plegarias, cánticos y  consignas hacían sombra a la incertidumbre de lo que está por venir para el futuro de los venezolanos. Eso que estaba en la cabeza de todos los asistentes pero que ninguno se atrevía a decir en voz alta por temor a faltar a su compromiso de preservar la revolución.  Sólo había rostros esperanzados en ver al hombre que quizás nunca tuvieron tan de cerca en vida pero que los acompañó en sus sentimientos durante tanto tiempo.
Nadie iba solo. Los grupos grandes predominaban. Familias enteras o compañeros de oficina hicieron de este funeral un Vía Crucis necesario para agradecer a Hugo Chávez todo lo que hizo por ellos.
El clima cambiaba a medida que se reducía la distancia entre el pueblo y el comandante. Al estrecharse el  espacio para pasar el filtro más importante antes de ingresar a la Academia Militar, la algarabía le dio paso al desespero que fue el motor de muchas riñas, empujones y alboroto. La falta de organización aunada al anuncio tempranero del Ministro de Comunicaciones en el que se exhortó a la población a no acercarse al lugar donde estaban los restos porque ya sería imposible que todos tuvieran oportunidad de verlo, desembocó en una preocupación que acompañó a los chavistas durante la cola.
-Mamá-ya molesto y sudado- ¿Para qué vamos a hacer ese colón si los guardias nos van a devolver en la puerta?
-Cállate muchacho y camina rápido, a lo mejor nos dejan  entrar-Dijo apuradita y con firmeza una madre en cuyo pecho proclamaba su amor por el mandatario venezolano.
El sentido de pertenencia a esa masa roja con el mismo ideal y el mismo objetivo fue el combustible necesario para aguantar más de 12 horas de cola bajo ese sol inclemente que no ha dado tregua a los caraqueños en estos días de luto nacional.
Habían toldos dispuestos exclusivos ofreciendo hidratación, atención en caso de emergencia y para entregar material alusivo al Jefe de Estado. La Constitución Bolivariana de Venezuela fue uno de los obsequios a los asistentes. Parece un regalo cargado de ironía porque justamente el día anterior anunciaron que el Vicepresidente tomaría las riendas del país cuando sería obligación del Presidente de la Asamblea Nacional según la Carta Magna,  cosas de la vida, de esas que se dejan pasar por no importunar el luto de los dolientes.
La voz del comandante acompañó a los deudos en cada pisada. Dos camiones de sonido y una tarima fueron colocados estratégicamente a lo largo de la fila para recordar con la viva voz de Chávez las notas del Himno Nacional de Venezuela y las tonadas de cuanta canción tarareó en sus alocuciones domingueras. Un poco pavoso, a decir verdad.
Después de cumplida la misión los afectos al Presidente Hugo Chávez retornaban exhaustos por el Paseo Los Próceres tomando descanso debajo de algún árbol o retratándose junto a la estatua de Bolívar. Con el deber cumplido y sin internalizar a fondo las consecuencias de lo que acaba de ocurrir parten de vuelta a sus hogares con la firme promesa de no permitir el regreso de la oposición al poder.
PD: en horas de la tarde se anunció que el cuerpo del Presidente Hugo Chávez permanecerá por siete días más en capilla ardiente, para luego ser embalsamado y colocado a la vista del pueblo en un mausoleo en el 23 de Enero. Esta parte de la historia apenas empieza, falta demasiado por relatar.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Sí, acepto. Por el medio de la calle


 Entre las notas de electrónica, las de marihuana y el resplandor de las luces de colores se coló entre todos esos sonidos el de las campanas de una iglesia.
Vestidos largos, de lentejuelas, tacones, fracs, y mucha gelatina contratastaban con los trajes oscuros, sobretodos, lentes de sol, botas de cuero, y accesorios metálicos que hacían gala en los alrededores de la Plaza Bolívar de Chacao donde precisamente ese día se celebró la primera etapa del evento cultural Por el Medio de la Calle.
Las miradas de los asistentes se desviaron por completo del centro de atención inicial. La atracción principal: El carro de la novia.
La multitud que antes se aglomeró en grupos muy específicos en la plaza, ahora bordeaba los alrededores de la Iglesia de Chacao mientras más voces sin pena alguna se sumaban a los gritos: “!Que se baje la novia!”.
-Pobrecita, tenía que pasarle justo hoy
-Marico, pero si se la está tripeando, mírale la cara, hasta saluda a la gente que le quiere tomar fotos a través del vidrio del carro.
-No chamo, para mí eso es una señal. A mí me huele que el novio no ha llegado y por eso no se quiere bajar del carro. Yo, no me casaría. Es una señal.
El sentimiento de lástima por la novia se batía con el chalequeo que le tenían. Los Dj`s invitados de de la noche perdieron la atención a manos de un vestido largo y un pomposo vehículo.
Los minutos pasaban. La gente se detenía. Los que iban de salida hicieron un alto en los alrededores del altar y optaron por ver otro tipo de espectáculo. Las cámaras destinadas a inmortalizar el espectáculo cultural fueron de mucho más utilidad para aquellos que documentaban la cara de angustia de los asistentes al matrimonio. La de la presunta madre de la novia fue la más emblemática.


El pobre Alemán Volador  (Johan Lorbeer, artista invitado para inaugurar el evento) se quedó sostenido a la pared, mientras la gente dejó de especular sobre el secreto del truco y se volteó a elucubrar sobre el futuro de los novios. Se comió un cambur (nadie vio cómo lo peló si tenía una mano pegada a la pared), mandó un mensaje de texto por su celular y saludaba a los que aclamaban por una foto.
Lo que momentos antes fue la sensación, ahora ni se mencionaba.
-Cómo lo hará?
-Yo creo que es una ilusión óptica
-Hasta que no lo vea bailar, no me lo creo!
-Y no piensa hacer más nada?

El espectáculo fue bueno, pero de a raticos. En el momento en que la gente adivinaba secreto de la suspensión o simplemente se fastidiaba daba media vuelta y se dirigía hasta la plaza, donde la oferta dejó mucho que desear.
Un artista de estatuismo, un stand para tomarse fotos con los panas y un Dj fue toda la variedad de esta primera etapa de Por el Medio de la Calle.
A simple vista era un montón de gente vestida de negro y concentrada en la plaza, sin nada más que hacer sino verse las caras y hablar sobre la inmortalidad del cangrejo. Un gentío en el medio de la calle.
Las notas del Ave María opacaron a las del Dj de turno. La novia accedió a las peticiones de un público prestado y bajó del carro para acabar con los rumores de los asistentes. El público de Por el Medio de la Calle gritaba al unísono :"Que se voltee, que se voltee", y así con unas lágrimas que le llegaron hasta la sonrisa, la protagonista del evento saludó a su público y procedió a seguir con lo que tenía pendiente. El sí, acepto.



Desde la tarima


-¡Arranca chama, arranca! ¡Pica adelante! ¡Aquí si te quedas pierdes!

Siempre había sido una espectadora. Siempre había seguido el recorrido a través de una pantalla o mediante las voces de otros. Esta vez sería diferente. Tendría la oportunidad de estar allí, al pie del cañón, donde todo tiene una perspectiva que va en aumento. Las expectativas eran incontenibles.

Zapatos de goma: listos. Bloqueador solar: listo. Teléfonos cargados y a la mano: listos. La voz de partida está por sonar.

Una cosa es ver una marcha política por televisión, otra recorrerla como asistente y una muy  pero muy distinta es cubrirla como periodista.

La tarima. Es verdad que la vista desde la tarima no tiene comparación. No hay cámara en el mundo que pueda sustituir al ojo humano y hacerte sentir lo que allí sucede. Ese fresquito que le entra a uno cuando tiene ciertos privilegios que vienen de la mano de la profesión.
                                                   
El ascenso y el descenso fue lo más traumático. Apretujones iban y venían con tanta frecuencia que uno se llega a acostumbrar a ellos. Una vez arriba había otras preocupaciones. Cuidado con los cables. Cuidado con los políticos. Cuidado con caerse. Cuidado con las cámaras. Cuidado con las cornetas. El más mínimo error allá arriba podría costarme la cabeza. Literalmente.

-Este gobierno tienes los días contados!! Vamos a demostrarles que todos los venezolanos ya se montaron en el autobús del progresoo!!- El eco retumbó en los oídos de quienes se asomaban incrédulos en las ventanas de los edificios aledaños. Las banderas de colores y las consignas de guerra terminaron por persuadir a los pequeños banderines azul y amarillo que finalmente salieron a darle un espaldarazo a aquellos políticos de antier que vinieron a respaldar el de mañana.

Ya encima de la tarima hubo transmisiones en vivo y hasta un toque de timbales por gente que tiene de músico lo que yo tengo de deportista (cosa que reafirmé minutos después).
Hora de bajar para iniciar el recorrido. Me lanzo? O no me lanzo? Le digo a mi jefe que me ataje? Me da como pena. Mejor me voy por las escaleras. Golpe, empujón, tropiezo, por fin abajo!.
En la Plaza Artigas de la Paz, al oeste de la capital,  iniciarían los cinco kilómetros que prometió recorrer el candidato de la oposición Henrique Capriles Radonski para demostrarle al actual gobierno que también puede apoderarse de una zona populosa como lo es San Martín.

La muchedumbre se fundió entre sí al momento que se dio la imaginaria voz de partida. La algarabía venció al miedo y fue la protagonista de la jornada.

Empezó la carrera. Aunque era domingo y estábamos en Caracas no vestíamos de Nike, tampoco nos acompañó el fresco verdor del Ávila  ni mucho menos promovíamos la respiración como mantra de vida. Éramos un montón de caraqueños abarrotando el asfalto de San Martín persiguiendo a un maratonista encubierto de candidato al que nos costó Dios y su ayuda mantenerle el paso.

A un grupo de periodistas, camarógrafos y fotógrafos (todos institucionales, escoltando a nuestro político correspondiente)  nos tocó ir delante del candidato, abrirle paso pues. Una y no más. En vista de la inminente cercanía de Capriles (quien la última vez trotó 10 kilómetros mientras driblaba un balón) tuvimos que acelerar la marcha. Dejamos de trotar, comenzamos a correr. Cinco minutos, 10 minutos, 20 minutos a plena carrera. Avenida Principal de San Martín, Maternidad Concepción Palacios, Torres del Silencio.
La sangre empezó a subir a la cabeza, el aire escaseaba para los más pequeños y un par de manos imaginarias se introducían en mi estómago para apretarlo y exprimir cualquier gota de energía latente. Los empujones eran cada vez más frecuentes. Los curiosos tenían que esperar que pasara este tramo de la marcha para poder incorporarse. Era una masa impenetrable por los laterales.
El dolor le dio paso a la fatiga. Ya  no duelen los golpes ni los apretujones. Duele el estomago, no puedo respirar.
Nunca le quité la vista de encima a mi fotógrafo quien ya es un veterano en estos vaporones.

-¡Arranca chama, arranca! ¡Pica adelante! ¡Aquí si te quedas pierdes!. Me gritaba a todo pulmón.

Mi fotógrafo se llama José pero estoy convencida de que es un ángel. Ha sobrevivido a una cantidad de percances imaginables para una persona que apenas empieza la cuarta década. Balas, golpes, detenciones, caídas de platabanda, amenazas y hasta mal de amores. De casi todas ha salido victorioso, menos del mal de amor, que es lo que más le pega. Ahí disfrazado de Robocop (dícese de rodilleras, coderas, botas, lentes y sombrero) intentaba guiarme para continuar con la cobertura del evento.

Casi me desplomo. La asfixia y los golpes pudieron más que mis ganas y mi necesidad de no fallarle a mi equipo de trabajo. Tuve que bajar el ritmo y casi con cierto sentido de culpabilidad me detuve a mirar el cielo y tomar una bocanada de aire que sentí no merecer por no seguirle el paso a la carrera. Debo hacer más Orbitrec, pensé preocupada.
Los perdí de vista. Me fusioné con el público asistente. Perdí mis privilegios, que a fin de cuentas, nunca fueron tales.
Por más que retomara la carrera jamás alcanzaría la punta de la movilización. Me dejé llevar. Alcé la mirada nuevamente y para mi sorpresa los habitantes de una construcción que gritaba el nombre en letras rojas y enormes de “Misión Vivienda” sacaban sus manos por las ventanas en señal de respaldo a aquella marcha.
La otra sorpresa me la llevé en la Maternidad Concepción Palacios cuando médicos y enfermeras desatendieron por unos minutos sus puestos de trabajo y comenzaron a saludarnos.
No llegaría caminando. Una moto, pensé. Sin la más mínima vergüenza me acerqué a un motorizado que descansaba en la esquina le pedí la segunda que me llevara al inicio de la marcha. Tras mi ahogada explicación terminó por darme la cola. Mi primera vez en moto. Tras casi 27 años de vida a mí se me ocurre experimentar la libertad de un paseo en moto de manos de un mototaxista.
Avanzamos por cuadras paralelas a la avenida Lecuna, nos metimos en contra sentido e hicimos todas las cosas por las cuales yo le mento la madre a los motorizados días tras día. La lengua y su castigo del cuerpo.
Llegamos a Parque Central, a la punta de la marcha, y así como por arte de magia volví a subirme en la tarima. Los privilegios nunca estuvieron perdidos.

sábado, 21 de julio de 2012

Ruta agridulce en La Candelaria


-Eso no es aquí (señorita)-. Misma respuesta, siete lugares distintos.
Me fui con hambre, por esa misma costumbre (o recomendación ancestral)  que tenemos los venezolanos de ir sin comer a matrimonios, bautizos, cumpleaños. Tenía que  hacer espacio para aprovechar bien todas las exquisiteces que encontraría.  Al llegar al corazón de La Candelaria, la situación no era muy distinta a la fachada que refleja de lunes a viernes. Me la conozco bien. Paso 40 horas a la semana entre el trabajo, los buhoneros, los vendedores de fruta, los chinos, en fin, todo estaba igual; sólo que muy mojado y desprovisto de la muchedumbre característica del lugar.
Sin embargo hoy prometía ser un día especial.  Un día en que los restaurantes más emblemáticos de la zona abrieran sus puertas para dejar salir desde sus cocinas hacia la calle los diversos aromas que identifican a los mejores cayos a la madrileña, o el humeante cocido gallego, así como la siempre sustanciosa  paella y la reina de los entremeses, la tortilla española. Acompañado por supuesto de vino tinto.
Las expectativas eran altas, pues estamos en el mes aniversario de la ciudad de Caracas y durante los últimos días se han organizado eventos culturales y gastronómicos para agasajar a los habitantes  que no la tienen nada fácil el resto del año.
Según los carteles, los trípticos, el Twitter y el Facebook, este sábado 21 de julio desde las 11 de la mañana y hasta las 7 de la noche los caraqueños podríamos disfrutar de una copa de vino y de una degustación en los restaurantes de la zona por el precio de 50 Bolívares la entrada. Nada mal, si tomamos en cuenta que eso es lo que le cuesta al venezolano el Mc Combo del día con papas y refresco regular. 
Pero como dicen por ahí, el hombre propone y la naturaleza dispone. Ese día cayó una especie de diluvio en casi toda la capital. Desde mediados de la mañana y hasta las cuatro de la tarde no dejó de llover. Lo que asumo, arruinó el evento; aunque me quedan dudas al respecto.
Al llegar a la Plaza la Candelaria esperaba encontrarme con unos toldos blancos, con mesas de información, promotoras, mapas, venta de tickets, etc. Nada de eso estaba allí.  A las cuatro de la tarde sólo había charcos, toldos vacíos y los buhoneros que extendían nuevamente su mercancía mientras secaban su pedazo de acera. Le eché la culpa al palo de agua.
Con lo que recordaba del mapa que vi en internet, fui a los restaurantes más cercanos.  El primero, el Quijote de la Candelaria me recibió con extrañeza. Pregunté sobre la degustación de la Ruta Gastronómica  y el mesonero algo confuso me dijo: “Ahh sí, eso… bueno aquí la cosa es una parrilla mixta para dos y una botella de vino por 250 Bolívares”.  Primer encontronazo. No era lo que tenía en mente, por lo que seguí.  Una cuadra más adelante en el restaurante Ferrenquín, con más aspecto de taberna que de sitio familiar para comer, me vieron aún con más extrañeza que en el primer lugar. Los tres hombres que estaban en la barra y el mesonero no tenían ni la más mínima idea de lo que les estaba preguntando. “Eso no es aquí, señorita”.
Continué mi búsqueda pero ahora en dirección contraria. Charco y más charco. El resultado fue exactamente el mismo que el anterior. A pesar de tener un cartel gigante en la puerta del restaurante que vociferaba el evento, ni los mesoneros ni el cajero  ni el encargado se habían tomado la molestia de leerlo. Otra vez: “Aquí no es eso”.
El Barco de Colón fue casi el único que me entendió a la primera. En un acento gallego que no ha sucumbido al venezolano, el encargado me recitó el especial. La oferta consistía en media ración de tequeños o  media ración de empanada gallega  acompañada de una copa de vino o de dos cervezas. No fue muy tentador, pero desde mi punto de vista, ése era el concepto inicial.
El resto de la búsqueda fue en vano. Lo único que pude rescatar (que no tenía nada que ver con el evento) fue una caverna de delicateses en cuyos estantes deslumbraban frascos de encurtidos importados, frutos en almíbar, pastelería italiana y un sinfín de artículos que dejaron de verse en los anaqueles de los supermercados caraqueños desde hace un montón de años. Nueve para ser más exactos, desde que el control cambiario se instaló en nuestro país.
Emprendí mi camino de regreso y opté por una bala fría. Así que después de haberme tomado una chicha empalagosa y con  pastelito de manzana en mano, puedo decir que ahí empezó y culminó mi ruta gastronómica por La Candelaria.

lunes, 16 de julio de 2012

Todos los días escuchamos cuentos, echamos cuentos, leemos historias y comentamos al respecto. Este espacio tiene la función de contar todas aquellas historias que quieren trascender más allá de mi subconsciente y de los escasos caracteres del Twitter. Eso sí, son historias absolutamente reales, sólo que me valdré del maravilloso género de la crónica para contárselas.