Crónica escrita en Abril de 2011
Con una
Caracas desolada por la partida de sus habitantes hacia costas y montañas
venezolanas, bajo un cielo completamente encapotado y apuntico de estallar el
aguacero, tomé un paraguas, calcé mis converse y con cámara y libreta en mano
me dirigí hacia el centro de la ciudad, lugar de concentración de los devotos
en esta semana santa de abril.
La lluvia no
fue suficiente para apaciguar la fe de los católicos caraqueños que acudieron
en masa el jueves santo a venerar la imagen del Nazareno de San Pablo en la
Basílica de Santa Teresa.
Allí, en pleno
corazón de Caracas donde a diario batallan mototaxistas, buhoneros, pregoneros
y policías, este jueves santo cedieron unos metros de su espacio para que los
feligreses, vestidos con túnicas moradas, con palmas benditas en sus manos y
peticiones en sus corazones acudieran a la casa del señor para rendirle tributo
en su semana.
Esta
construcción declarada monumento histórico nacional en 1959 carga a cuestas
años de tradición eclesiástica (casi 300). La más emblemática para los
caraqueños se remonta al año de 1597, cuando la llamada peste del vómito negro
asoló la ciudad. Durante esa semana santa, en la procesión del Nazareno de San
Pablo, se cuenta que su corona de espinas se quedó enganchada en un limonero e
hizo caer sus frutos con los que los feligreses hicieron jugo y los que tomaron
del ácido zumo fueron curados de la mortal peste rápidamente. Desde que se
edificó la basílica en 1881 se mantiene la tradición de sacar en procesión al
Nazareno.
La iglesia, ubicada
entre las esquinas La Palma y Santa Teresa, alberga a miles de fieles que todos
los años acuden a recibir la gracia del señor. Durante este año se espera que 2
millones de personas la visiten.
Para ingresar
al templo en esta semana de abril, no hace falta sólo fe, también hay que ir
armados de mucha paciencia, zapatos cómodos, un paraguas y algo de dinero por
si acaso a uno se le antoja un suvenir de esos que ofrecen alegremente los
vendedores ambulantes.
Entonando el
cántico “la palma a 5 mil, lleve su
palma bendita a 5 mil, el sahumerio (mezcla de mirra, incienso y carbón)
a 10 y la estampita del nazareno para bendecir a la familia 2”, el vendedor de
turno hace su agosto. En los minutos (nada despreciables) que pasé antes de
ingresar a la Basílica de Santa Teresa me sentí tentada a dejar lo poco que
queda de la quincena en las manos de los comerciantes informales que ofrecen
todos los productos necesarios para completar los rituales de la semana mayor.
Nada más cercano
a esa imagen ancestral que nos relata la Biblia cuando Jesús acudió al templo
de Jerusalén aventando mesas y puestos de mercaderes y expulsó a los
comerciantes por profanar la casa del señor.El hijo de
María y José, presente en carne y hueso en el lugar, hubiera hecho exactamente
lo mismo que hace dos mil años.
Como también
hay tiempo para el descanso, la reflexión y la distracción para aquellos que
permanecimos en la capital durante el asueto, los buhoneros de películas se ajustaron
a la ocasión. En vez de ofrecer las típicas Rápido
y Furioso, Eclipse, y las últimas
de cartelera, los vendedores cambiaron su mercancía por cintas más temáticas.
Ben Hur, Los Diez Mandamientos, Esther, La Pasión de Cristo, Quo Vadis y
Marcelino Pan y Vino eran sólo algunos de los títulos que ocupaban la mesa
plegable ubicada en la parte baja de las Torres del Silencio, acompañadas del
letrero “Películas de Jesús a 5 mil”.
Al observar la
lluvia que arreciaba mientras recorría los empantanados pasillos de la planta baja del Centro Simón
Bolívar, comenzaron a aparecer los puestos con rosarios, imágenes de santos,
las matas de sábila amarradas con una cinta morada y acompañadas con un
frasquito de agua bendita y las voces cada vez más altas ofreciendo los mejores
precios para cada uno de estos “santos artículos”. Un vendedor cansado y
decepcionado por la lluvia, decidió rematar su mercancía y partir a casa, donde
me aseguró que le esperaban unas frías y un sancocho de gallina. “Nos vamos,
nos vamos, si me compran un santo grande del Nazareno, se llevan otro pequeño
gratis, vamos, compren que estoy recogiendo”. Los estropajos y la canela
también eran parte de los suvenires.
Muchos de los
buhoneros no son trabajadores regulares de la economía informal. Algunos de
ellos son refugiados que se alojan en el piso 2 del Ministerio de Salud
mientras el gobierno los reubica en viviendas dignas, tal como se les ofreció
hace 4 meses atrás cuando las lluvias afectaron a buena parte del país. Yeismar
me contó que colocaron el puesto de sahumerio y esencias sólo por estos días de
semana santa. Mientras rellenaba bolsitas plásticas con arenillas olorosas comentó que había sido
fructífera la venta a pesar de la lluvia “Ya sabes, a veces tienes que tener
paciencia, pero en general nos ha ido bien, la policía no se ha metido con
nosotros porque tenemos permiso”. Después del sábado de gloria volverían a su
refugio a esperar por la ansiada vivienda mientras ideaba otras maneras
temporales de ganarse el pan.
La cola
avanzaba y el panorama se iba transformando. Bomberos y policías custodiaban el
ingreso a la basílica, mientras las ancianas apretaban con más fuerza la palma
junto a su pecho al tiempo que se le iluminaban los ojos con la inminente
visita al Nazareno de San Pablo.
Historias de fe
Para Mayra,
éste es el primer año que acude a la Basílica de Santa Teresa vistiendo el
traje del Nazareno. Junto a sus dos hermanos llegó a la iglesia para agradecer
a Cristo por la salvación de su hermana, Laura. Hace un año, Laura sufrió un
accidente automovilístico y los médicos que la trataban habían descartado toda
esperanza de curación. Mayra puso su fe y la salud de Laura en las manos del
Nazareno que este jueves santo visita. Semanas más tarde, Laura experimentó una
repentina recuperación que le permitió vestir de morado junto a sus hermanos y
participar en la tradición.
Para Freddy y
Flor, una pareja de esposos de aproximadamente 60 años de edad, esta tradición
data de “toda la vida”. Según recuerdan, acuden a visitar al Nazareno desde que
sus hijos estaban muy pequeños (ahora tienen 40 años). Su devoción no se debe a
ningún milagro particular, sólo en señal de infinito agradecimiento por todo lo
que les han concedido el Nazareno durante sus vidas; salud, empleo, familia,
“siempre me ha ido bien, todo me ha salido como he querido”. Aunque Freddy
reconoce que en esta oportunidad pedirá por una neuralgia que le afecta desde
hace un año. Comentó que hace algunos años un día antes del miércoles santo
perdió su bata morada con la que hacía la peregrinación y se preocupó porque no
tendría atuendo para visitar al Nazareno. (Obviamente no había puesto atención
a los más de 30 puestos que ofrecen las túnicas desde 30 Bolívares Fuertes para
los más pequeños hasta 60 Bolívares en talla única de adulto). “De repente,
cuando fui al lavandero, allí estaba una bata morada guindada. Mi esposa y yo
no sabíamos de su procedencia”. Al llamar a sus hijos constató que la prenda
pertenecía a su hija menor, quien la dejó allí por casualidad porque era una bata
de hospital que ya no usaría. Para Freddy la presencia de Dios tiene distintas
maneras de manifestarse.
Una joven, de
32 años, María Clara, comentó que realizaba esta peregrinación desde hacía 4
años, en el momento en el que le encomendó a su hija, al momento de dar a luz
al Nazareno. Los médicos le habían advertido que sería una situación delicada,
pues su niña nacería un mes antes de lo previsto. Después de rezar mucho y
encomendarse al señor, todo salió bien en el alumbramiento de Camila y desde la
fecha comenta que cumple con su promesa.
Sin
duda alguna el caso que más llamó mi atención fue de una señora que ingresó
arrodillada al templo. Desde Petare Gloria se movilizó en metro para visitar al
Nazareno de San Pablo. Flexionó sus rodillas y casi a rastras entró a la
iglesia para ver de cerca la imagen de Cristo cargando la Cruz. Aquella figura
tallada en madera, vistiendo una túnica morada bordada con hilos de oro y
adornada con más de cinco mil orquídeas es la responsable de que su hijo esté
con vida.
Esta madre de
62 años pidió por la salud de su hijo Ernesto, quien hace 2 meses había sufrido
un Accidente Cardiovascular (ACV) y cuyo estado era de suma gravedad. Le
prometió al Nazareno llegar de rodillas en semana santa si le curaba a su hijo.
Y así fue. Ernesto goza de buena salud y Gloria seguirá cumpliendo con su
promesa para agradecer el milagro.
Aunque sea por
una semana, los venezolanos somos todos lo mismo en cuanto a tradiciones se
refiere. Policías conversaban en sana paz con los buhoneros; transeúntes,
vehículos y mototaxistas parecían convivir en los mismos metros de la calle y
la señora de Catia le enseñaba sus estampitas y oraciones a la que tiene la quinta en Prados del Este
mientras conversaban en la cola. En fin, en medio de todo aquel bullicio y
algarabía siempre hay tiempo para agradecer y reflexionar.