sábado, 21 de julio de 2012

Ruta agridulce en La Candelaria


-Eso no es aquí (señorita)-. Misma respuesta, siete lugares distintos.
Me fui con hambre, por esa misma costumbre (o recomendación ancestral)  que tenemos los venezolanos de ir sin comer a matrimonios, bautizos, cumpleaños. Tenía que  hacer espacio para aprovechar bien todas las exquisiteces que encontraría.  Al llegar al corazón de La Candelaria, la situación no era muy distinta a la fachada que refleja de lunes a viernes. Me la conozco bien. Paso 40 horas a la semana entre el trabajo, los buhoneros, los vendedores de fruta, los chinos, en fin, todo estaba igual; sólo que muy mojado y desprovisto de la muchedumbre característica del lugar.
Sin embargo hoy prometía ser un día especial.  Un día en que los restaurantes más emblemáticos de la zona abrieran sus puertas para dejar salir desde sus cocinas hacia la calle los diversos aromas que identifican a los mejores cayos a la madrileña, o el humeante cocido gallego, así como la siempre sustanciosa  paella y la reina de los entremeses, la tortilla española. Acompañado por supuesto de vino tinto.
Las expectativas eran altas, pues estamos en el mes aniversario de la ciudad de Caracas y durante los últimos días se han organizado eventos culturales y gastronómicos para agasajar a los habitantes  que no la tienen nada fácil el resto del año.
Según los carteles, los trípticos, el Twitter y el Facebook, este sábado 21 de julio desde las 11 de la mañana y hasta las 7 de la noche los caraqueños podríamos disfrutar de una copa de vino y de una degustación en los restaurantes de la zona por el precio de 50 Bolívares la entrada. Nada mal, si tomamos en cuenta que eso es lo que le cuesta al venezolano el Mc Combo del día con papas y refresco regular. 
Pero como dicen por ahí, el hombre propone y la naturaleza dispone. Ese día cayó una especie de diluvio en casi toda la capital. Desde mediados de la mañana y hasta las cuatro de la tarde no dejó de llover. Lo que asumo, arruinó el evento; aunque me quedan dudas al respecto.
Al llegar a la Plaza la Candelaria esperaba encontrarme con unos toldos blancos, con mesas de información, promotoras, mapas, venta de tickets, etc. Nada de eso estaba allí.  A las cuatro de la tarde sólo había charcos, toldos vacíos y los buhoneros que extendían nuevamente su mercancía mientras secaban su pedazo de acera. Le eché la culpa al palo de agua.
Con lo que recordaba del mapa que vi en internet, fui a los restaurantes más cercanos.  El primero, el Quijote de la Candelaria me recibió con extrañeza. Pregunté sobre la degustación de la Ruta Gastronómica  y el mesonero algo confuso me dijo: “Ahh sí, eso… bueno aquí la cosa es una parrilla mixta para dos y una botella de vino por 250 Bolívares”.  Primer encontronazo. No era lo que tenía en mente, por lo que seguí.  Una cuadra más adelante en el restaurante Ferrenquín, con más aspecto de taberna que de sitio familiar para comer, me vieron aún con más extrañeza que en el primer lugar. Los tres hombres que estaban en la barra y el mesonero no tenían ni la más mínima idea de lo que les estaba preguntando. “Eso no es aquí, señorita”.
Continué mi búsqueda pero ahora en dirección contraria. Charco y más charco. El resultado fue exactamente el mismo que el anterior. A pesar de tener un cartel gigante en la puerta del restaurante que vociferaba el evento, ni los mesoneros ni el cajero  ni el encargado se habían tomado la molestia de leerlo. Otra vez: “Aquí no es eso”.
El Barco de Colón fue casi el único que me entendió a la primera. En un acento gallego que no ha sucumbido al venezolano, el encargado me recitó el especial. La oferta consistía en media ración de tequeños o  media ración de empanada gallega  acompañada de una copa de vino o de dos cervezas. No fue muy tentador, pero desde mi punto de vista, ése era el concepto inicial.
El resto de la búsqueda fue en vano. Lo único que pude rescatar (que no tenía nada que ver con el evento) fue una caverna de delicateses en cuyos estantes deslumbraban frascos de encurtidos importados, frutos en almíbar, pastelería italiana y un sinfín de artículos que dejaron de verse en los anaqueles de los supermercados caraqueños desde hace un montón de años. Nueve para ser más exactos, desde que el control cambiario se instaló en nuestro país.
Emprendí mi camino de regreso y opté por una bala fría. Así que después de haberme tomado una chicha empalagosa y con  pastelito de manzana en mano, puedo decir que ahí empezó y culminó mi ruta gastronómica por La Candelaria.

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