miércoles, 1 de agosto de 2012

Sí, acepto. Por el medio de la calle


 Entre las notas de electrónica, las de marihuana y el resplandor de las luces de colores se coló entre todos esos sonidos el de las campanas de una iglesia.
Vestidos largos, de lentejuelas, tacones, fracs, y mucha gelatina contratastaban con los trajes oscuros, sobretodos, lentes de sol, botas de cuero, y accesorios metálicos que hacían gala en los alrededores de la Plaza Bolívar de Chacao donde precisamente ese día se celebró la primera etapa del evento cultural Por el Medio de la Calle.
Las miradas de los asistentes se desviaron por completo del centro de atención inicial. La atracción principal: El carro de la novia.
La multitud que antes se aglomeró en grupos muy específicos en la plaza, ahora bordeaba los alrededores de la Iglesia de Chacao mientras más voces sin pena alguna se sumaban a los gritos: “!Que se baje la novia!”.
-Pobrecita, tenía que pasarle justo hoy
-Marico, pero si se la está tripeando, mírale la cara, hasta saluda a la gente que le quiere tomar fotos a través del vidrio del carro.
-No chamo, para mí eso es una señal. A mí me huele que el novio no ha llegado y por eso no se quiere bajar del carro. Yo, no me casaría. Es una señal.
El sentimiento de lástima por la novia se batía con el chalequeo que le tenían. Los Dj`s invitados de de la noche perdieron la atención a manos de un vestido largo y un pomposo vehículo.
Los minutos pasaban. La gente se detenía. Los que iban de salida hicieron un alto en los alrededores del altar y optaron por ver otro tipo de espectáculo. Las cámaras destinadas a inmortalizar el espectáculo cultural fueron de mucho más utilidad para aquellos que documentaban la cara de angustia de los asistentes al matrimonio. La de la presunta madre de la novia fue la más emblemática.


El pobre Alemán Volador  (Johan Lorbeer, artista invitado para inaugurar el evento) se quedó sostenido a la pared, mientras la gente dejó de especular sobre el secreto del truco y se volteó a elucubrar sobre el futuro de los novios. Se comió un cambur (nadie vio cómo lo peló si tenía una mano pegada a la pared), mandó un mensaje de texto por su celular y saludaba a los que aclamaban por una foto.
Lo que momentos antes fue la sensación, ahora ni se mencionaba.
-Cómo lo hará?
-Yo creo que es una ilusión óptica
-Hasta que no lo vea bailar, no me lo creo!
-Y no piensa hacer más nada?

El espectáculo fue bueno, pero de a raticos. En el momento en que la gente adivinaba secreto de la suspensión o simplemente se fastidiaba daba media vuelta y se dirigía hasta la plaza, donde la oferta dejó mucho que desear.
Un artista de estatuismo, un stand para tomarse fotos con los panas y un Dj fue toda la variedad de esta primera etapa de Por el Medio de la Calle.
A simple vista era un montón de gente vestida de negro y concentrada en la plaza, sin nada más que hacer sino verse las caras y hablar sobre la inmortalidad del cangrejo. Un gentío en el medio de la calle.
Las notas del Ave María opacaron a las del Dj de turno. La novia accedió a las peticiones de un público prestado y bajó del carro para acabar con los rumores de los asistentes. El público de Por el Medio de la Calle gritaba al unísono :"Que se voltee, que se voltee", y así con unas lágrimas que le llegaron hasta la sonrisa, la protagonista del evento saludó a su público y procedió a seguir con lo que tenía pendiente. El sí, acepto.



Desde la tarima


-¡Arranca chama, arranca! ¡Pica adelante! ¡Aquí si te quedas pierdes!

Siempre había sido una espectadora. Siempre había seguido el recorrido a través de una pantalla o mediante las voces de otros. Esta vez sería diferente. Tendría la oportunidad de estar allí, al pie del cañón, donde todo tiene una perspectiva que va en aumento. Las expectativas eran incontenibles.

Zapatos de goma: listos. Bloqueador solar: listo. Teléfonos cargados y a la mano: listos. La voz de partida está por sonar.

Una cosa es ver una marcha política por televisión, otra recorrerla como asistente y una muy  pero muy distinta es cubrirla como periodista.

La tarima. Es verdad que la vista desde la tarima no tiene comparación. No hay cámara en el mundo que pueda sustituir al ojo humano y hacerte sentir lo que allí sucede. Ese fresquito que le entra a uno cuando tiene ciertos privilegios que vienen de la mano de la profesión.
                                                   
El ascenso y el descenso fue lo más traumático. Apretujones iban y venían con tanta frecuencia que uno se llega a acostumbrar a ellos. Una vez arriba había otras preocupaciones. Cuidado con los cables. Cuidado con los políticos. Cuidado con caerse. Cuidado con las cámaras. Cuidado con las cornetas. El más mínimo error allá arriba podría costarme la cabeza. Literalmente.

-Este gobierno tienes los días contados!! Vamos a demostrarles que todos los venezolanos ya se montaron en el autobús del progresoo!!- El eco retumbó en los oídos de quienes se asomaban incrédulos en las ventanas de los edificios aledaños. Las banderas de colores y las consignas de guerra terminaron por persuadir a los pequeños banderines azul y amarillo que finalmente salieron a darle un espaldarazo a aquellos políticos de antier que vinieron a respaldar el de mañana.

Ya encima de la tarima hubo transmisiones en vivo y hasta un toque de timbales por gente que tiene de músico lo que yo tengo de deportista (cosa que reafirmé minutos después).
Hora de bajar para iniciar el recorrido. Me lanzo? O no me lanzo? Le digo a mi jefe que me ataje? Me da como pena. Mejor me voy por las escaleras. Golpe, empujón, tropiezo, por fin abajo!.
En la Plaza Artigas de la Paz, al oeste de la capital,  iniciarían los cinco kilómetros que prometió recorrer el candidato de la oposición Henrique Capriles Radonski para demostrarle al actual gobierno que también puede apoderarse de una zona populosa como lo es San Martín.

La muchedumbre se fundió entre sí al momento que se dio la imaginaria voz de partida. La algarabía venció al miedo y fue la protagonista de la jornada.

Empezó la carrera. Aunque era domingo y estábamos en Caracas no vestíamos de Nike, tampoco nos acompañó el fresco verdor del Ávila  ni mucho menos promovíamos la respiración como mantra de vida. Éramos un montón de caraqueños abarrotando el asfalto de San Martín persiguiendo a un maratonista encubierto de candidato al que nos costó Dios y su ayuda mantenerle el paso.

A un grupo de periodistas, camarógrafos y fotógrafos (todos institucionales, escoltando a nuestro político correspondiente)  nos tocó ir delante del candidato, abrirle paso pues. Una y no más. En vista de la inminente cercanía de Capriles (quien la última vez trotó 10 kilómetros mientras driblaba un balón) tuvimos que acelerar la marcha. Dejamos de trotar, comenzamos a correr. Cinco minutos, 10 minutos, 20 minutos a plena carrera. Avenida Principal de San Martín, Maternidad Concepción Palacios, Torres del Silencio.
La sangre empezó a subir a la cabeza, el aire escaseaba para los más pequeños y un par de manos imaginarias se introducían en mi estómago para apretarlo y exprimir cualquier gota de energía latente. Los empujones eran cada vez más frecuentes. Los curiosos tenían que esperar que pasara este tramo de la marcha para poder incorporarse. Era una masa impenetrable por los laterales.
El dolor le dio paso a la fatiga. Ya  no duelen los golpes ni los apretujones. Duele el estomago, no puedo respirar.
Nunca le quité la vista de encima a mi fotógrafo quien ya es un veterano en estos vaporones.

-¡Arranca chama, arranca! ¡Pica adelante! ¡Aquí si te quedas pierdes!. Me gritaba a todo pulmón.

Mi fotógrafo se llama José pero estoy convencida de que es un ángel. Ha sobrevivido a una cantidad de percances imaginables para una persona que apenas empieza la cuarta década. Balas, golpes, detenciones, caídas de platabanda, amenazas y hasta mal de amores. De casi todas ha salido victorioso, menos del mal de amor, que es lo que más le pega. Ahí disfrazado de Robocop (dícese de rodilleras, coderas, botas, lentes y sombrero) intentaba guiarme para continuar con la cobertura del evento.

Casi me desplomo. La asfixia y los golpes pudieron más que mis ganas y mi necesidad de no fallarle a mi equipo de trabajo. Tuve que bajar el ritmo y casi con cierto sentido de culpabilidad me detuve a mirar el cielo y tomar una bocanada de aire que sentí no merecer por no seguirle el paso a la carrera. Debo hacer más Orbitrec, pensé preocupada.
Los perdí de vista. Me fusioné con el público asistente. Perdí mis privilegios, que a fin de cuentas, nunca fueron tales.
Por más que retomara la carrera jamás alcanzaría la punta de la movilización. Me dejé llevar. Alcé la mirada nuevamente y para mi sorpresa los habitantes de una construcción que gritaba el nombre en letras rojas y enormes de “Misión Vivienda” sacaban sus manos por las ventanas en señal de respaldo a aquella marcha.
La otra sorpresa me la llevé en la Maternidad Concepción Palacios cuando médicos y enfermeras desatendieron por unos minutos sus puestos de trabajo y comenzaron a saludarnos.
No llegaría caminando. Una moto, pensé. Sin la más mínima vergüenza me acerqué a un motorizado que descansaba en la esquina le pedí la segunda que me llevara al inicio de la marcha. Tras mi ahogada explicación terminó por darme la cola. Mi primera vez en moto. Tras casi 27 años de vida a mí se me ocurre experimentar la libertad de un paseo en moto de manos de un mototaxista.
Avanzamos por cuadras paralelas a la avenida Lecuna, nos metimos en contra sentido e hicimos todas las cosas por las cuales yo le mento la madre a los motorizados días tras día. La lengua y su castigo del cuerpo.
Llegamos a Parque Central, a la punta de la marcha, y así como por arte de magia volví a subirme en la tarima. Los privilegios nunca estuvieron perdidos.