Me fui con hambre, por esa misma
costumbre (o recomendación ancestral) que tenemos los venezolanos de ir sin comer a
matrimonios, bautizos, cumpleaños. Tenía que hacer espacio para aprovechar bien todas las exquisiteces
que encontraría. Al llegar al corazón de
La Candelaria, la situación no era muy distinta a la fachada que refleja de
lunes a viernes. Me la conozco bien. Paso 40 horas a la semana entre el trabajo,
los buhoneros, los vendedores de fruta, los chinos, en fin, todo estaba igual; sólo
que muy mojado y desprovisto de la muchedumbre característica del lugar.
Sin embargo hoy prometía ser un
día especial. Un día en que los
restaurantes más emblemáticos de la zona abrieran sus puertas para dejar salir
desde sus cocinas hacia la calle los diversos aromas que identifican a los
mejores cayos a la madrileña, o el humeante cocido gallego, así como la siempre
sustanciosa paella y la reina de los
entremeses, la tortilla española. Acompañado por supuesto de vino tinto.
Las expectativas eran altas, pues
estamos en el mes aniversario de la ciudad de Caracas y durante los últimos
días se han organizado eventos culturales y gastronómicos para agasajar a los
habitantes que no la tienen nada fácil
el resto del año.
Según los carteles, los
trípticos, el Twitter y el Facebook, este sábado 21 de julio desde las 11 de la
mañana y hasta las 7 de la noche los caraqueños podríamos disfrutar de una copa
de vino y de una degustación en los restaurantes de la zona por el precio de 50
Bolívares la entrada. Nada mal, si tomamos en cuenta que eso es lo que le
cuesta al venezolano el Mc Combo del día con papas y refresco regular.
Pero como dicen por ahí, el
hombre propone y la naturaleza dispone. Ese día cayó una especie de diluvio en
casi toda la capital. Desde mediados de la mañana y hasta las cuatro de la
tarde no dejó de llover. Lo que asumo, arruinó el evento; aunque me quedan
dudas al respecto.
Al llegar a la Plaza la
Candelaria esperaba encontrarme con unos toldos blancos, con mesas de
información, promotoras, mapas, venta de tickets, etc. Nada de eso estaba allí.
A las cuatro de la tarde sólo había charcos,
toldos vacíos y los buhoneros que extendían nuevamente su mercancía mientras
secaban su pedazo de acera. Le eché la culpa al palo de agua.
Con lo que recordaba del mapa que
vi en internet, fui a los restaurantes más cercanos. El primero, el Quijote de la Candelaria me
recibió con extrañeza. Pregunté sobre la degustación de la Ruta Gastronómica y el mesonero algo confuso me dijo: “Ahh sí,
eso… bueno aquí la cosa es una parrilla mixta para dos y una botella de vino
por 250 Bolívares”. Primer encontronazo.
No era lo que tenía en mente, por lo que seguí. Una cuadra más adelante en el restaurante
Ferrenquín, con más aspecto de taberna que de sitio familiar para comer, me
vieron aún con más extrañeza que en el primer lugar. Los tres hombres que
estaban en la barra y el mesonero no tenían ni la más mínima idea de lo que les
estaba preguntando. “Eso no es aquí, señorita”.
Continué mi búsqueda pero ahora
en dirección contraria. Charco y más charco. El resultado fue exactamente el
mismo que el anterior. A pesar de tener un cartel gigante en la puerta del
restaurante que vociferaba el evento, ni los mesoneros ni el cajero ni el encargado se habían tomado la molestia
de leerlo. Otra vez: “Aquí no es eso”.
El Barco de Colón fue casi el
único que me entendió a la primera. En un acento gallego que no ha sucumbido al
venezolano, el encargado me recitó el especial. La oferta consistía en media
ración de tequeños o media ración de
empanada gallega acompañada de una copa
de vino o de dos cervezas. No fue muy tentador, pero desde mi punto de vista,
ése era el concepto inicial.
El resto de la búsqueda fue en
vano. Lo único que pude rescatar (que no tenía nada que ver con el evento) fue
una caverna de delicateses en cuyos estantes deslumbraban frascos de encurtidos
importados, frutos en almíbar, pastelería italiana y un sinfín de artículos que
dejaron de verse en los anaqueles de los supermercados caraqueños desde hace un
montón de años. Nueve para ser más exactos, desde que el control cambiario se
instaló en nuestro país.
Emprendí mi camino de regreso y
opté por una bala fría. Así que después de haberme tomado una chicha empalagosa
y con pastelito de manzana en mano,
puedo decir que ahí empezó y culminó mi ruta gastronómica por La Candelaria.